lunes, 16 de julio de 2012

Un hetero del trabajo

En la empresa donde trabajada hasta hace pocos años, había una dependencia que se ocupaba de todo lo relativo a la informática. Como se sabe, una actividad esencialmente masculina. El plantel estaba formado por unos 10 pibes veinteañeros. Siete de ellos estaban de aceptables para arriba, pero había dos que eran una debilidad especial. Lo que voy a relatar son las historias con cada uno de ellos.
Hace varios años que no tengo relaciones con gays, sino solo con “casi” heteros. Que les guste la concha es una condición imprescindible, pero que además su vida sexual sea casi siempre con mujeres, también.
Eduardo era uno de mis preferidos (creo que el que más). De 1,77 aprox, de contextura media, morocho de piel blanca y pelo corto, es decir, una descripción perfecta. Un día observé que tenía unos tubos marcados en los brazos muy interesantes, por lo que se veía que hacía pesas o algo así.
Trataba de escuchar todas las conversaciones entre ellos en todo momento que pudiera cruzar mi actividad con la de ellos. Esto tuvo un precio: se hizo obvio que se dieran cuenta de que soy gay. Al verme, me daba cuenta de que hacían comentarios. Era un riesgo, pero se dio así.
Un día escuché una conversación entre él, Cristian (mi otro preferido) y dos chicos más. Yo sabía que Eduardo tenía novia porque lo había oído hablar de ella varias veces e incluso lo he escuchado hablar por el celular con ella. En esa conversación que menciono, Eduardo contaba que se había peleado con la novia hacía varios días y contaba algunos detalles que no entendí pero que lo mostraban enojado con ella. En ese momento estábamos en otra sección de la empresa (ni la de ellos ni la mía) y Eduardo se dio cuenta de que yo estaba escuchando. Pero nada…
Un hetero que se queda sin novia se transforma en muy vulnerable. Así que pensé que era una oportunidad excelente para hacer un intento, pero era riesgoso. Jamás me había dado la más mínima señal. Solo sabía que yo era gay.
Decidí poner “toda la carne en el asador” el día siguiente. Había que cuidar hasta el más mínimo detalle.
Fui a trabajar vestido con un pantalón de esos que permite traslucir bastante la ropa interior y me puse una tanga, de las más gruesas, para que se note.
Le produje un “deperfecto” a mi computadora como para que no funcionase y llamé al interno de la sección de informática.
Yo: Hola, ¿está Eduardo?
Alguien: sí, te paso
Eduardo: hola
Yo: hola Eduardo, soy Hernán, de administración. No está funcionando la pc. ¿Te la puedo llevar o pasás por acá?
Eduardo: paso por allá en un rato, ¿ok?
Yo: dale, te espero.
Una hora y media más tarde viene Eduardo. Ese día yo estaba solo en la oficina (por supuesto que esto estaba calculado ya).
Eduardo: hola.
Él estaba vestido de jean azul, como siempre, y remera negra.
Yo: hola, esa es la que no anda.
Me acerco a la máquina e intento desenchufarla. El tema es que el enchufe está detrás del escritorio y no es fácil correrlo por lo que hay que inclinarse sobre él para acceder al enchufe (por supuesto, esto estaba absolutamente calculado por mí).
Al inclinarme sobre el escritorio para acceder al enchufe, mi cola quedó mirando al cielo y si Eduardo miraba, mi tanga tenía que notarse claramente (lo ensayé antes frente a un espejo varias veces).
Yo había acomodado el mobiliario de modo que acceder al enchufe no me fuera inmediato.
Quedé unos 30 segundos intentando y rogando que Eduardo mirara mi cola.
Yo: no puedo, no llego.
Eduardo: a ver…
Se me para atrás y, por no más de un par de segundos, me apoya el bulto en la cola. Luego, se corre hacia el costado para acceder por otro lugar. Pero fue muy claro que la apoyada fue intencional.
Eduardo intentó desenchufar la pc por el costado del escritorio. Quedó ubicado en una posición incómoda, con una pierna metida entre el escritorio y la biblioteca y la otra afuera, en el aire. Estaba casi al lado mío. Eso me permitió verle el bulto a pocos centímetros. Puse la vista fija en él para que se diera cuenta.
Yo: cuidado, no te caigas.
Aproveché para agarrarle la pierna que tenía afuera, como si ayudarla a sostenerlo. Primero se la agarré desde la parte de afuera pero después se la pasé por la parte interna. Y luego, la subí lo más posible hasta su entrepierna.
Eduardo logró desenchufar la pc.
Eduardo: ya está. Costó.
Yo: sí, pero fue un buen ejercicio, jaja.
Juntó todos los elementos del la pc y dijo:
Eduardo: listo, me la llevo y te aviso cuando esté lista.
Yo: ok, gracias
Debo decir que me decepcionó esa despedida. Pensé que iba a hacer algo. Pero no…
No me importó. La paciencia es el arma principal con un hetero. Ya quedó claro que si quiere, me tiene.
Pasaron tres días interminables sin novedades. Al cuarto día, llamó a mi interno.
Eduardo: hola, te llamaba para decirte que la máquina está lista. ¿Podés venir a buscarla?
Sumé otra decepción. ¿Por qué no venía él a traérmela? Donde él está hay mucha gente. En mi oficina podía haber gente o no. ¿No pasará nada? Bueno, había que ir.
Los chicos del servicio técnico están en una oficina grande. Entré y dije:
Yo: hola, vengo a buscar una pc que arregló Eduardo.
Uno de los chicos: sí, Eduardo está allá (me señala una de las sub-oficinas que había).
Entro ahí (no hay puerta).
Eduardo: hola, ya está lista. Podés llevarla.
Yo: ah, bueno. ¿Fue fácil?
Eduardo: maso y no sé si quedó bien. Escuchame, yo mañana no estoy acá. ¿No querés dejarme tu celu asi te llamo a ver si anda todo bien?
Mis ojitos brillaron. No había forma de pensar otra cosa. La táctica era bastante primitiva, típica de un inexperto. Y hasta medio ridícula, pero bueno, fue así…
Por un momento, pensé en hacerme desear y decirle ¿Por qué no me llamás a la oficina mejor? Pero no, era una estrategia errada con un hetero inexperto y algo dubitativo.
Yo: si, claro (se lo anoté en un papel)
Eduardo: ok, mañana te llamo.
Me pregunté por qué no me dijo algo directamente. Pero supuse que la cercanía con los compañeros lo amedrentaron. No importaba. Parecía estar todo bien encaminado. Solo había que esperar que llamara.
Como no quería dejar ningún detalle sin atender, pensé en el diálogo que se daría. Si se lanzaba sin tapujos, listo. ¿Y si no? Tenía que preverlo. En ese caso, seguramente, me iba a preguntar si la máquina anda. ¿Qué decirle? Si le digo que sí, no va a saber cómo seguir la conversación. Si le digo que no, qué se yo que dirá. Pero había que decir que no…
Al día siguiente, suena mi celular a eso de las 12 del mediodía. La llamada no era de un número agendado. Tenía que ser Eduardo.
Yo: Hola.
Eduardo: hola, soy Eduardo.
Yo: ah! ¿Cómo te va?
Eduardo: bien, ¿y la máquina?
Me dije: uhhhhh, ¡qué difícil está la cosa! Pero había que seguirlo…
Yo: no, anda mal. Enciende pero no carga Windows.
Eduardo: ah!, me parecía que podía andar mal la cosa.
Confieso que no sabía cómo seguir esto. No quería arruinarlo todo, así que seguí con perfil bajo, pero dándole pie para que avance.
Yo: y si. ¿Qué hacemos entonces?
Eduardo: mmmmm, no sé. Si andás apurado, llevala a tu casa y paso a última hora a verla.
Me dije: ¡epa! ¿qué es esto? Yo vivía solo pero él no lo sabía. ¿Habrá supuesto que si le decía que sí era porque vivía solo? Muy complicado, pero bárbaro. Claro que le tenía que decir que si.
Yo: dale, me parece bien. ¿Te paso mi dirección? ¿A qué hora pasás?
Eduardo: dale, a las 7.
Yo: ok, anotá (le paso la dire). Te espero. Espero que puedas arreglarla.
Al cortar, me invadió una sensación de bienestar. Dije: ya lo tengo. Pero también entendí que no iba a ser así tan sencillo, que tenía que moverme bien cuando esté con él porque capaz que no se sentía cómodo y se iba a ir sin que pase nada.
Por de pronto, tuve que cargar con la pc en el bondi, a la espera de que el premio fuera bueno.
Dudé entre vestirme de nena para cuando llegara, pero decidí que no. Me parecía muy audaz. Me pregunté: ¿y si arregla la pc y no pasa nada? ¿Si no me avanza?
Me era muy claro que él quería que pasara algo pero no se animaba del todo. Así que la táctica elegida fue la siguiente:
Decidí dejar a mano toda mi ropita de nena como para producirme rápido. Pero me vestí casi normal, con el mismo pantalón y la tanga como la otra vez. Y si él no avanzaba, puse todas las fichas en el diálogo que se diera.
Casi media hora después llegó Eduardo. Tocó el timbre y subió.
Eduardo: hola
Yo: hola, ¡gracias por acercarte!
Eduardo: no, está bien. Tengo que dejar las cosas bien hechas.
No sé si con esto quiso decir algo más…
Se puso a arreglar la máquina sentado a la mesa.
Mientras arreglaba la máquina, le ofrecí mate (si decía que no, iba a ser otra decepción). Dijo que sí.
Me senté al lado de él y empecé a cebar mate. Traté de ser lo más sensual posible al tomarlo y avanzar en el diálogo.
Yo: supongo que le estarás quitando tiempo a tu novia viniendo acá.
Eduardo: no, no sabés. Me peleé hace una semana.
Yo: uy, que mal. Bueno, así que ahora es tiempo de divertirse, jaja
Eduardo: si, jaja
Se lo notaba bastante tenso, aunque no incómodo. Como a gusto pero ante una situación rara. Se reía cada tanto, como nervioso.
Cada tanto, le miraba el bulto (especialmente cuando él me miraba a mí al hablar). No se le notaba duro.
Seguimos hablando un poco más, ahora del trabajo, hasta que terminó de arreglar la máquina y probarla. Todo andaba bien.
Eduardo: bueno, ¡ahora sí! Ya anda bien
Yo: ¡qué suerte! Pero esto te lo tengo que pagar…
Eduardo: no, ni ahí. ¿Cómo te voy a cobrar?
Yo: bueno, pero algún regalo te tengo que hacer.
Eduardo: jaja, bueno, eso puede ser.
Esa respuesta podría entenderse de la mejor manera, pero con lo timorato que era, preferí confirnarlo.
Yo: el regalo lo tengo en la habitación. ¿Te lo traigo?
Eduardo: y bueno…
Por un momento, temí hacer el ridículo. Vestirme de nena y que no quiera nada. Así que avancé un poco más.
Yo: pero mirá que el regalo lo voy a traer puesto yo. Solo que vas a tener que esperar unos minutos.
Eduardo: ah, bueno, me gustan las sorpresas, jaja
No había dudas. Al fin iba a ser el momento.
Me produje rápido con el mayor empeño. La tanga blanca que tenia puesta, pollerita gris cortita, medias de red, remera, rubor, labios pintados, etc.
Y salí. Confieso que me sentí dando un examen.
Cuando salí lo mejor producida posible, a Eduardo no le sorprendió la situación. Era un buen indicador.
Me acerqué a él, que seguía sentado, y le puse la cola cerca, paradita delante suyo.


Me levantó la pollerita y me miró la cola. Con la otra mano se empezó a tocar el bulto.
Me acarició la cola durante varios segundos sin decir nada.
Dejó de tocármela, pero parecía interesado en seguir.
Le manoseé el bulto. Él corrió un poco la silla para separarse de la mesa y abrió sus piernas. Yo seguí manoseando desde afuera del jean. Se notaba que se estaba parando.
Me arrodillé delante de él, le abrí el cinturón y el jean y le bajé la bragueta. Tenía un slip verde y el pingo ya duro.
Le intenté bajar el jean y él colaboró. Quedó en remera y slip, con un bultazo marcado esperando mi amor.
Con el slip puesto pasé mi boca por todo el bulto, pija y bolas. Él miraba para arriba pero se lo notaba deseoso.
Le saqué el slip con mucha delicadeza y me quedé unos segundos contemplando el espectáculo.
Su poronga estaba completamente erecta. Era de 17 x 4, bastante venosa, muy blanca y recta. No era cabezona, ya que la cabeza estaba afuera y mantenía el mismo ancho del tronco. Un hermoso par de bolas de buen tamaño bastante caídas, todo envuelto en mucho vello negro.
Me costó empezar porque quería seguir mirando uno de los aparatos genitales más estéticos. En ese momento había una perfecta simetría: dos pelotas bien peludas, más bien grandes, idénticas, con una pija dura, venosa y derecha exactamente ubicada en el medio.
Dirigí la vista al resto de su cuerpo. Sus piernas eran peludas. Puse mis manos sobre ellas y acaricié sus pelos.
Otra columna nutrida de pelos salía de sus genitales hacia arriba pero no podía conocer cómo seguía, por la remera. Interesado por saberlo, le subí la remera y se la saqué.
Tal como se insinuaba, tenía un muy buen torso, algo trabajado y medianamente peludo pero con los pelos muy simétricamente repartidos también.
Me eché un poco hacia atrás, siempre con mis manos sobre sus piernas, para contemplar el espectáculo en forma completa.
Mi sensación de placer era inmensa. Era muy gratificante tener a ese hermoso ejemplar masculino así, desnudo, con las piernas abiertas y la pija dura y sabiendo que casi con seguridad era su primera experiencia con un gay.
Todo esto debe haber invertido un minuto. Poco para mí, que deseaba disfrutar enteramente a ese hombre, pero demasiado para él que solo quería echarse un polvo.
Mi éxtasis contemplativo fue cortado de cuajo.
Eduardo: dale puto, chupala, que no doy más.
El comentario me descolocó ya que no esperaba esa reacción.
Yo pensaba hacerle un esmerado pete, recorrer con mi lengua toda su pija y sus bolas con toda suavidad, comerme su pija de a poquito, seguir en función de sus gestos, pero esto me hacía dudar. Parecía que no quería algo así, dulce, delicado.


Tuve que decidir en un instante, temiendo que si me equivocaba era posible que lo arruinara todo.
Decidí hacer la mía. Saqué la lengua y se la pasé por el tronco, de abajo a arriba y de arriba abajo.
En el momento en que empezaba a lengueeterle las bolas, apoyó una mano sobre mi cabeza, corriéndome de sus bolas y dijo:
Eduardo: ¡cométela!


Me sentí muy mal. No podía creer que lo que le estaba haciendo no era lo que quería.
Luego de todas las dudas que él había mostrado, ahora la tenía muy clara y yo me sentí el inexperto, el aprendiz.
Más cosas pasaron por mi cabeza. Yo había calculado todo. Sabía que iba a empezar peteándolo pero tenía miedo de que él solo quisiera quedarse con eso y no me cogiera. Entonces, pensaba estar atento a que si lo veía medio listo para acabar, iba a interrumpir el pete y obligarlo a seguir con mi cola.
Mientras yo pensaba estas cosas se ve que pasaron varios segundos, lo que incomodó más a Eduardo.
Eduardo (abriendo las manos vehementemente): pero ¿qué te pasa? ¿no te gusta mi pija?
No pudiendo creer lo que sucedía, solo atiné a decir:
Yo: sí, papi, es hermosa (mientras se la acariciaba).
Eduardo: entonces, ¡chupámela, puto de mierda!
Apenas reaccioné y me la metí en la boca. Empecé a chuparla. No puedo decir que estaba incómodo pero estaba con mi autoestima por el suelo.
Al empezar a chuparla logré calmar la situación. Le gustaba. Pero aproveché esos instantes para pensar en cómo seguir, de modo de complacerlo al máximo, que era lo único que me importaba. No podía tener a este machazo con las piernas abiertas y la pija dura y no complacerlo.
Eduardo estaba muy caliente. Cada tanto se pasaba la mano por su cabeza, jadeaba. Resignado a que ya no había posibilidad alguna de que me cogiera, me dije: hay que hacerle un pete bien desenfrenado.
Empecé a comerme su verga con desesperación, tragándomela entera y subiendo hasta hacer ruido al sacármela de la boca. Él me ayudaba con su mano sobre mi cabeza. Se la pajeaba y me la metía en la boca.
En un momento, con media pija en la boca, paro y lo miro bien fijo a los ojos, aunque él no me miraba.
Eduardo: uy, si, quedate así que te garcho la boca
Se puso las manos en la nuca y empezó a bombearme la boca con rapidez.
Yo adopté una actitud completamente pasiva, inmóvil, con la vista clavada sobre la suya.
Ya era claro. Así iba a seguir esto hasta que me lanzara el lechazo en la boca.
Eduardo: qué linda boquita, parece una conchita.
Yo hice un gesto de asentimiento.
El espectáculo era sublime. Podía ver casi todo su cuerpo, hasta sus axilas peludas y dando rienda suelta a su virilidad.
A partir de ahí me empezó a mirar. Crecía su excitación. Empezó a jader con más y más intensidad.
No aparté un segundo la mirada de su cara para contemplar en toda su dimensión el momento en que ese macho descargara en mi boca.

En el momento previo, los jadeos se hicieron algo más espaciados pero más intensos hasta que lanzó varios jadeos brutales coincidentes con el ingreso de su espeso semen en mi boca. Sentí seis o siete chorros calientes en mi boca.
Me quedé inmóvil varios segundos con la pija en mi boca y mientras Eduardo hacía gestos de placer posteriores al polvo. Él me la sacó de la boca.
Me levanté, le mostré la leche en mi boca y me fui al baño a escupirla y lavarme.
Cuando volví del baño, fue él.
Al salir, agarró sus cosas mientras me decía que había estado bueno pero que esto terminaba acá.
Yo: bueno, pero papi…. ¿te gustó?
Eduardo: sí, me eché un buen polvo.
Me saludó y se fue.
Todo salió distinto de cómo lo había pensado, pero sus palabras finales me hicieron sentir bien, aunque tuve que invertir un tiempo con los reclamos de mi cola desatendida.

miércoles, 11 de julio de 2012

Levante de 3 heteros en la calle (parte 4)

Yo: bueno, me voy entonces
Mariano: si, ya está. La pasamos bien. Supongo que te irás contento
Yo: muy contento. ¿Querés que nos mantengamos en contacto?
Mariano: no, no da, listo. Estuvo bueno pero ya fue.
Rodrigo no salía del baño y Ernesto dormía así que agarré mis cosas, saludé a Mariano y me fui.
Durante muchos días no pude dejar de pensar en ellos. Su sola imagen me hacía cosquillas en la cola.
Me dediqué a pensar una estrategia para volver a estar con ellos o, por lo menos, con alguno.
Cuando me levantaron en la calle, lo que me habían pedido era una concha. Así que esa era la forma. Tenía que conseguir una concha y entregárselas.
Pensé en todas y cada una de mis amigas y conocidas. Descarté a muchas porque no daba ni ahí para la situación. Tanteé la onda con un par pero me dijeron que no. Pero me quedaba una opción: mi prima Mariela.
Mi prima tenía 31 años en ese entonces, estaba casada desde hacía 10 y yo fui confidente de una relación que mantuvo con un flaco durante varios meses. No era linda pero era sensual y bastante perra por lo que me comentó.
Yo estaba desesperado por estar con esos hermosos ejemplares otra vez y estaba dispuesto a todo. Así que un día la encaré.
Yo: ;Mar, tengo que hablar con vos.
Mariela: si, dale
Le conté mi historia con estos tres pibes
Mariela: jaja, sos terrible!
Yo: sí y estoy dispuesto a todo por estar de nuevo con ellos o con alguno de ellos
Mariela: ¿Y yo qué tengo que ver?
Yo: como te dije, ellos me pidieron una concha.
Mariela: ¿y vos pensaste en la mia? ¡Estás loco!
Yo: sí, loco por ellos
Mariela: pero ni loca! Ya sabés que tuve una historia y lo mal que la pasé
Yo: si, te lo suplico Mar.
Mariela: no, de ninguna manera
Yo: te dije que estoy dispuesto a todo. No me hagas hacer lo que no quiero
Mariela: ¿de qué hablás?
Yo: nada. Te pregunto por última vez, ¿Aceptás? Es solo una vez
Mariela: noooooooooooo
Yo: Mar, me obligás….
Mariela: ¿a qué te obligo?
Yo: si no accedés, le cuento a Fernando tu historia con Ariel. (Fernando era su marido)
Mariela: no podés ser tan hijo de puta
Yo: lo siento, no quiero joderte. Pero vos sabés lo que soy capaz de hacer por un macho que me gusta
Mariela: sí, lo sé, pero de esto no sos capaz
Yo: me quedo a esperarlo a Fer si no aceptás. Y si me echás, lo espero en la puerta
Mariela estaba muy nerviosa. Caminaba por la casa y no me dio bola por un buen rato. Yo esperé pacientemente. En un momento me dice
Mariela: no puedo creer que seas tan hijo de puta. Decime qué tengo que hacer.
Yo: sos única! Solo quiero que me digas un horario en el que uno de estos pibes te pueda llamar al celu
Arreglado el asunto, había que preparar la segunda etapa.
Sabía dónde era la casa a la que fui, solo que parecía un bulín de Rodrigo. No parecía vivir en ese lugar.
Así que decidí ir y esperar.
Toqué el timbre del departamento de al lado para obtener información. Me dijeron que les parecía que no vivía nadie y que a veces veían gente. Nada más.
Toqué el timbre de otro de los departamentos. Salió una vieja. Me entusiasmó. Las viejas siempre están chusmeando. Me dijo que venían parejas y cada tanto varios muchachos. Y que había un muchacho que venía seguido. Le pregunté por su descripción: era Rodrigo. Obtuve buena data de momentos de la semana en que solía venir.
Volví una tarde de las que supuestamente Rodrigo solía venir. Esperé 3 horas y nada. Repetí la visita a la semana siguiente, esta vez con más fortuna. A la hora y pico, estaciona el auto de Rodrigo. Sale él con una mina.
Espero que se acerquen a la puerta de calle y lo encaro.
Yo: Hola Rodrigo.
Rodrigo: ¿qué pasa?
Yo: te tengo que entregar algo que me dejaron para vos
Rodrigo (a la mina): entrá que ahora voy
La mina entra y él cierra la puerta y me encara
Rodrigo: ¿Qué hacés acá, puto de mierda? (y me agarra del cuello)
Yo: soltame, dejame decirte algo nada más
Me suelta
Yo: cuando me levantaron esa vez, me pediste una concha. Bueno, te la conseguí.
Rodrigo: ¿si?
Yo: sí, es mi prima. Te dejo el celu y el horario en que la podés llamar. Eso si, después de que te la cojas, quiero una segunda vez con vos y tus amigos
Rodrigo agarró el papel y se fue para adentro sin decirme una palabra.
Le conté a Mariela que todo estaba encaminado. Solo era cuestión de esperar.
La llamé a Mariela al día siguiente para ponerla al tanto y pedirle que me avisara novedades
Dos días después me llama Mariela.
Mariela: Her, conocí a Rodrigo
Yo: ¿en serio? ¿cogiste con él?
Mariela: sí! Coge joya el flaco
Yo: bueno, le dijiste algo de mí
Mariela: no, no hablamos de vos
Yo: bueno, ¡la próxima le decís que tiene que arreglar conmigo!
Mariela: si, claro.
Yo: bueno, ahora contame qué hiciste con él
Mariela: ay bueno, lo obvio
Yo: ¿le entregaste la cola?
Mariela: si
Yo: ay, qué puta que sos! ¿Dónde te acabó?
Mariela: el primero en las tetas y el segundo en la conchita
Yo: ay pero seguro que no se la chupaste tan bien como yo
Mariela: jaja, no sé, pero me encantó el flaco
Me sentía muy impaciente por la situación. Le mandé mensajes a Mariela todos los días y me decía que nada. Pasaron 15 días. Ya sospechaba que estaba cogiendo con él a espaldas mía.
Me ocupé de estar al tanto de todos los movimientos de Mariela para ver si había algún momento en que podía estar con Rodrigo. Detecté un momento en que iba a estar fuera de la casa toda la tarde.
Me fui a la casa de Rodrigo. A la media hora llega el auto de Rodrigo con él y Mariela adentro. Me enfurecí.
Esperé que se acercaran a la puerta y me mandé.
Yo: hola
Ellos me saludaron mientras se besaban.
Rodrigo le dijo a Mariela que entrara al depto y que él se ocupaba. Mariela entró a la casa.
Rodrigo: escuchame, reverendo pedazo de puto. Yo a vos no te vuelvo a tocar ni que no haya una mujer más en el mundo. ¿Entendiste?
Yo (casi al borde del llanto): pero vos me dijiste que te consiguiera una mina
Rodrigo: si ¿y? Esto va por lo de la otra vez. Lo menos que podías hacer por la cogida que te dimos es conseguirme una trola. ¡Y qué buena trola me conseguiste! No sabés cómo me la estoy garchando. Y ni un culito necesito porque tu prima me lo entrega.
Yo: pero yo quería estar con vos una vez más
Rodrigo: imposible porque vos sos un puto de mierda, un maldito homosexual. Y a mí me gusta la concha. Yo a vos tendría que cagarte a trompadas por puto y meterte un palo por el orto y sacártelo por la boca (y cuando terminó de decir eso me echó una escupida en la cara)
Rodrigo: y escuchame bien, invertido. Si volvés a aparecer por acá o por cualquier lado por donde yo ande, vas a terminar en un zanjón.
Me di la vuelta y me fui.
Pasé deprimido varios días, hasta que me convencí de que esta historia había sido hermosa pero fugaz y que no había posibilidad alguna. Mariela siguió cogiendo con Rodrigo varios meses hasta que se dejaron de ver. Mi relación con ella se recompuso rápidamente.

Levante de 3 heteros en la calle (parte 3)

Después del polvazo que se echó, Ernesto se fue al baño.
Rodrigo: ¡qué bueno viene estando esto, boludo! Y yo todavía no acabé así que ahora te uso yo, trolo.
Se sienta al borde de la cama, abre las patas y me hace una seña para que vaya.
Yo me arrodillo delante de él y empiezo a mamar por segunda vez su verga.

Ernesto se tira en la cama, lejos de nosotros, como dispuesto a dormir.

Después de unos minutos de mamada donde Rodrigo gozaba mucho, me dice:
Rodrigo: ahora vení, sentate encima que te garcho, putazo
Me levanto e intento subirme a la cama para sentarme encima de su verga. Cuando me agarro de su hombro recibo un violento empujón de Rodrigo que me tira al suelo.
Rodrigo: ¡puto, la concha de tu madre! ¡Cómo se te ocurre sentarte de frente!
Yo: ay, discúlpame
Rodrigo: tomatelas, puto del orto. Me hartaste. Andate
Yo: te pido perdón, no me di cuenta.
Rodrigo: te dije que te tomes el raje. ¿Qué querés? ¿Que te cague a trompadas, puto?
Interviene Mariano.
Mariano: pará che, bancá. Yo me lo quiero coger.
Rodrigo: si te lo querés coger, llévatelo. Si ya te la mamó en el auto, listo.
Ernesto, que estaba semi-dormido, escucha la discusión y dice:
Ernesto: ¿qué pasa?
Mariano: que éste lo está echando al puto
Ernesto: ¿Y? Está bien, que se vaya. ¿Qué querés? ¿Qué se quede toda la noche?
Mariano: boludo, vos te lo recontragarchaste. Claro, ahora ya no te interesa. Yo me lo quiero coger, también.
Ernesto: bueno, no sé. No jodan que quiero dormir.
Rodrigo: estoy caliente pero este puto ya me da asco con solo verlo.
Mariano: escuchá. Me lo cojo en el baño y después se va. ¿Ok?
Rodrigo: bueno, llevátelo al baño y que después se vaya. Yo me pongo a ver una película.
Me voy al baño con Mariano.
Mariano: disculpalo. Se puso medio loco.
Yo: no, está bien. Yo tenía que haberle preguntado.
Mientras, Mariano se saca el bóxer y le empiezo a tocar la verga.
Mariano se deja, entonces me arrodillo y empiezo a mamar.

Mariano: te digo que nunca me la mamaron como me la mamaste en el auto.
Yo: gracias.
Eso me daba fuerzas para esmerarme más.

Mariano: ¡qué bien que la mamás! Vení, haceme a mí lo que ibas a hacer con Rodrigo. Pero ya sabés como sentarte, ¿no?
Mariano se sienta en el inodoro y yo me dispongo a sentarme encima, de espaldas.
De a poco, me voy metiendo su poronga en mi cola. Mariano no hace nada más que agarrarme un poco de la cintura.
Empiezo a gemir.
Mariano: uy, si, trolo, te la metiste toda
Una vez que la tuve toda adentro, empecé a cabalgar agarrándome del lavatorio.
Mariano: sí, cabalgá trolo (y me pegaba en la cola)

Cabalgué un par de minutos, gimiendo constantemente.
Mariano: basta, trolo. Levantate.
Yo; ay, si. ¿Qué me vas a hacer?
Mariano se levanta del inodoro.
Ponete contra la pared.
Hice eso.
Mariano me levanta una pierna para que la apoye en el inodoro. Yo saco mi colita para afuera.
El se pone atrás mío, también con una pierna apoyada en el inodoro y me penetra. Me agarra de la cintura y me empieza a bombear.

Mariano: ¡cómo sacás culo, putazo!
Yo gemía desesperadamente y Mariano más se calentaba.

Deben haber sido cinco minutos de gemidos míos y jadeos de Mariano hasta que sus “ahhhh” se hicieron más continuos y terminaron en una tremenda acabada en mi cola.
Mariano, exhausto, se apoyó contra la pared.
Mariano: ¡cómo te dejás coger, hijo de puta!
Salimos del baño. Estaba dispuesto a irme pero temía por la reacción de Rodrigo.
Empecé a agarrar mi ropa para ponérmela e irme.
Mariano (a Rodrigo): es una fiera el puto, boludo. Cogételo
Rodrigo (a mí): cómo gemías, puto de mierda.
Lo miré sonriéndole y a la vez provocándolo.
Rodrigo: mirá, si me preguntás de qué tengo ganas, es de cagarte a trompadas. Pero ya que te tengo acá, te voy a dejar el culo como una flor, puto de mierda.
Rodrigo se levanta, me agarra de los pelos y me lleva a la cama. Por un instante, pensé que se ponía violento.
Me tiró en la cama. Yo solito me puse en 4 porque supuse que él quería eso. Ernesto dormía ahí nomás.
Rodrigo se subió a la cama, se me puso atrás y me la metió de una.

Me agarró de la cintura y me empezó a bombear.
Después se agarró de mis hombros, me montó y me empezó a dar duro, mientras me puteaba.
No pasaron más de dos minutos, que acabó en mi cola, con un largo jadeo y cinco pijazos hasta que descargó todo.
Rápidamente la sacó de mi cola y se fue al baño. Ernesto seguía durmiendo

sábado, 2 de junio de 2012

Levante de 3 heteros en la calle (parte 2)

Estacionamos frente a una casa. Sabía que no tenía que preguntar nada. Me habían inspirado confianza pero me mantuve alerta por si había algo raro.
Era un pasillo al fondo. Entramos. Era un depto chiquito, de 1 ambiente y chico. Había varios otros deptos alrededor por lo que me sentí más tranquilo aún.
El dueño parecía ser Rodrigo, el más grande de unos 25 años, el casado, porque era el que conocía dónde estaban las cosas. Ernesto también parecía conocerlo aunque su actitud era distinta. Como que conocía el lugar de haber estado en alguna oportunidad.
El depto tenía una cama de dos plazas, un televisor cerca, una mesa con 4 sillas, una kichinette y el baño.
Rodrigo prende la tele y pone un video. Era una porno. La película era con dos minas que tenían sexo entre ellas. Ernesto y Mariano se sientan a la mesa y entonces, yo me siento también.
Ernesto: Pero, ¿qué hacés, puto? Tomátelas. Sentate en la cama. En este peli hay concha y tetas.
Cumplí con lo que me dijo. Desde la cama, no podía ver la tele.
Rodrigo preparaba unos tragos.
Ernesto y Mariano comentaban la película. Rodrigo se enganchaba desde la cocina.
Cuando terminó de preparar los tragos, los llevó a la mesa y se sentó ahí.
A mi no me dieron nada. Ni me preguntaron. Es más, durante 15 minutos no me dieron ni bola. Tomaban y se cagaban de risa comentando la película.
Yo me re-excitaba con la escena. Tres machos en una actitud muy primitiva.
De golpe, Rodrigo se saca la camisa. Quedó en torso desnudo, que era bastante peludo y muy bien formado. Rodrigo era fornido, tenía aire de rugbier. Mediría 1,80 y pesaría 90 pero no tenía nada de panza.
Rodrigo: yo ya me calenté, boludo.
Ernesto: ¿y para qué trajimos al puto?
Rodrigo se levanta, se me acerca y me dice:
Rodrigo: ahora me vas a chupar bien la poronga, puto de mierda.
Se me pone delante, de torso desnudo.
Le manoseo el bulto y después le acaricio los pelos de la panza.
Cuando estoy haciendo eso, me saca la mano con cierta violencia.
Rodrigo: Pero, ¿qué te pensás que soy? ¿Uno de los gays que te cogen? Acá no hay previa. Chupame la verga.
Rodrigo se abre el cinturón, se desabrocha el jean y lo baja hasta las rodillas. Tenia un bóxer blanco y la pija se le notaba dura, volcada a la derecha. Parecía gordita.
Se baja el bóxer y deja al aire una buena verga. 17 x 6, estimé. Bien gordita y medio doblada. Sus bolas eran más bien grandes y bastante colgantes. Todo rodeado de mucho vello.


Me arrodillé y empecé a mamársela con mucho entusiasmo. Él se echaba hacia atrás para ver la película.
Rodrigo era muy viril en su aspecto pero además tenía una virtud que valoro mucho: se hacía chupar muy bien la pija.
Sus manos estaban en la cintura. Miraba la película y, cada tanto me miraba a mí. Era poco expresivo pero yo estaba seguro de que le gustaba.
Mariano le comenta a Ernesto: ¡cómo le gusta la pija al puto éste, boludo!
Ernesto: ¿Te la está chupando bien?
Rodrigo: sí, buen mamador el trolo.
En ese momento, me agarra la cabeza y me empieza a bombear la boca. Después se queda quieto, con su verga enteramente metida en mi boca y me tira del pelo para que lo mire.
Rodrigo: te gusta la verga, maricón, eh
Le hago un gesto asintiendo.
Saca su verga de mi boca y me da varios pijazos en la cara.
Me vuelve a hacerla chupar.
Poco después empiezo a saborear sus hermosas bolas, acariciar sus vellos genitales (se dejó sin problemas)
Yo: qué hermosas pelotas tenés papi
Rodrigo: ah, ¿te gustan? Y cómo no te van a gustar si sos marica?
Yo: sí, pero éstas son pelotas de macho
Rodrigo: sí, claro. Pero hablá menos y mamá más.
Me ocupo de seguir mamando a ese hermoso macho.
De repente, suena un celular. Ninguno está cerca de él.
Ernesto: uy, el mío.
Se acerca y lo agarra.
Ernesto: mi novia, la concha de la lora. No hagan ruido.
Se va al baño, cierra la puerta y atiende. Al minuto sale, aceleradísimo y dice.
Ernesto: le dije que estaba en tu casa (a Mariano) e hice que se cortó. Ahora la llamo. Pasame al puto, que me la mame mientras hablo.
Yo estaba con la pija de Rodrigo en mi boca. Ernesto me agarra de los pelos.
Ernesto: puto de mierda, mamame la verga mientras hablo. ¿Entendiste?
Yo: sí
Ernesto: si llegás a hacer algún ruido, te muelo a palos, la puta que te parió.
Rodrigo y Mariano se ríen y se van a sentar a la mesa.
Ernesto: Y ustedes no boludeen.
Ernesto se saca toda la ropa rápidamente.
Era un pendejo hermoso tal como pintaba. Unos 19 o 20 años, el más chico de los tres, menudito, alrededor de 1,70 y no pesaría más de 65 kg. Blanquito, de pelo negro, todo su torso era peludo pero no tanto como Rodrigo. Las piernas peludas y flacas.
Se sienta en la cama, con la pija semi-erecta y llama a la novia. Simultáneamente me hace gestos para que me acerque y me hace arrodillar delante de él.
Ernesto empieza a hablar con la novia y yo a mamar su verga que empieza a crecer.

Le dice a la novia que está con Mariano y Rodrigo y de a poco se empieza a poner mimoso con ella.
La situación me entusiasma mucho. Mamo su verga con delicadeza para no hacer ruido pero con intensidad.
Al escuchar la conversación, deduzco que ella no está en Buenos Aires, que está lejos. Él le dice que la extraña, que quiere estar con ella, que ya son muchos días, etc.
Mientras, se echa un poco hacia atrás y apoya en la cama la mano que no sostiene el celular para poder bombearme la boca. Su pija a pleno era de 18 x 4.
El pibe está realmente caliente y gozando de la situación aunque con ella lo disimula un poco



Ernesto: mi amor, te deseo tanto, pero tanto. Escuchame princesa, me voy a una habitación que esté solo y nos amamos aunque sea a la distancia. ¿Corto y te llamo?
Parece que ella dijo que sí. Yo no entendía nada.
Ernesto corta, se levanta y casi desesperado, dice:
Ernesto: puto de mierda te voy a culear mientras hablo con ella. ¿Ok?
Me agarra de los pelos y me lleva a la mesa.
Rodrigo y Mariano se ríen y se apartan. Se sientan en la cama. Ernesto tira de un manotazo todo lo que había sobre la mesa. Se siente que los tres vasos se rompen en el suelo.
Rodrigo: ¡pará, loco!
Ernesto: te compro una docena. Traeme la toalla del baño.
Rodrigo: ¿para qué?
Ernesto (grita): dale boludo, apurate.
Me echa sobre la mesa. Quedo recostado sobre ella.
Rodrigo le acerca la toalla. Ernesto le hace un doblez y con ella, me tapa la boca, atándome en la nuca.
Me agarra de los pelos, me levanta la cabeza y pone su cara delante de la mía.
Ernesto: escuchame maricón, puto, invertido, trolo. Te voy a culear mientras hablo. Si llegás a gemir o a hacer algún ruido, te voy a desfigurar la cara a trompadas y todos esos vidrios que están el suelo te los voy a meter en el culo asi nunca más te pueden coger.
Yo asentí con un gesto.
Ernesto: ojo con lo que hacés culo roto.
Yo estaba en el paraíso. Acomodé mi colita para que pudiera metérmela sin problemas. No sabía cómo iba a hacer, pero iba a cumplir el silencio pedido como fuera.
Ernesto llama a la mina, mientras me baja el jogging y la tanga. Paro mi culito lo más que puedo.
Empieza a hablar con ella. Le pedía que se vaya sacando la ropa.
Yo siento la punta de su verga dura y caliente en mi agujerito.
Le habla de sus tetas, de cómo son, de cómo las desea.
Empiezo a sentir que la pija de Ernesto entra en mi cola.



Mi cabeza vuela. No pienso en gemir.
Le cuenta que le chupa las tetas, una primero, la otra después.
Tengo la pija de Ernesto toda metida. Siento sus huevos peludos sobre mis nalgas.
Le dice que baja con sus besos hacia su pancita. Luego hacia su conchita.
Parece que ella le cuenta cómo está su conchita.
Ernesto empieza a moverse. Me bombea la cola a ritmo lento.
El le cuenta cómo le chupa la concha. Hace ruido con su boca, simulando que se la chupa.
Bombea mi culito con intensidad, casi sin tocarme.
Parece que ella le dice que está por acabar. El le pide que la espere, que él también, le pide que acaben juntos.
Ernesto bombea mi culito a ritmo medio pero enterrándomela bien. Empuja fuerte contra mi cola. No me toca con sus manos. Jadea intensamente. Los jadeos coinciden con los pijazos más profundos.


Parece que ella también jadea mucho.
Ernesto: dale, mi amor, asi, así, que acabamos juntos.
Ernesto sigue con ese ritmo y los pijazos profundos. Se mantiene sin tocarme, lo más lejos posible de mí para no hacer ruido.
Siento que Ernesto está listo para descargar su virilidad dentro de mí. Me siento en el paraíso. Ese hermoso macho, corneándola a su novia conmigo y ella dándole la letra para que coja.
Sus jadeos se multiplican en intensidad y volumen hasta que con un grito desaforado acaba. Termina de largar todo su semen con cuatro pijazos más.
Habla unas palabras más con ella, que también acabó.
Después le dice que se ensució todo, que corta y la llama en unos minutos.
Ernesto corta y saca su pija de mi cola. Deja el forro sobre la mesa al lado de mi cara.
Rodrigo y Mariano lo aplauden.
Rodrigo: sos un campeón, boludo.
Ernesto me saca la toalla de la boca.
Ernesto: que puto culo roto que sos. Cómo te dejaste coger, hijo de puta, maricón.
Ernesto se sienta en la silla
Ernesto: vení y limpiame bien la poronga ahora
Por supuesto, me arrodillé y lo empecé a hacer con mucho entusiasmo.
Ernesto se lleva las manos a la nuca.
Ernesto: escuchame flaco, ¿cómo podés ser tan puto?
Me sonrío. Rodrigo y Mariano me gritan; ¡puto, trolo!
Ernesto se levanta y dice que la va a llamar a la novia. Yo voy al baño



Levante de 3 heteros en la calle (parte 1)


Eran aproximadamente las 5 de la mañana, ya en sábado. Volvía solo, de una fiesta familiar y me encontraba esperando el colectivo. Aún era de noche y no había nadie en la parada. Confieso que en esas horas y en esas circunstancias, muchas veces encontré levante, por lo que me esmero en mirar a todo auto que pase cerca. Estaba vestido con un jogging blanco y una remera roja, lo cual me facilitaba el parecer gay. La calle no era muy transitada y tenía semáforo en la esquina en que yo esperaba.
De pronto para un auto en el semáforo, a unos 5 metros de mí. Los vidrios estaban bajos, la música muy alta y adentro había tres muchachos, que venían gritando y riéndose. Por supuesto, no podía dejar pasar la oportunidad. Miré descaradamente hacia el auto y tiré la cola para afuera.
El que estaba como acompañante me vio y se percató de la situación. Era un pibe de alrededor de 20 años, de pelo negro y tez blanca y parecía menudito. Fijé la mirada en él. Ante la situación, me grita:
- ¡Puto! Qué mirás, la concha de tu madre.
Me sonreí y seguí mirando. Se escuchaba que los otros dos se reían.
El semáforo se puso en verde y se fueron.
Bueno, listo, me dije. Seguí al auto con la mirada.
A las dos cuadras veo que paran (no había semáforo) pero no baja nadie. Habrá sido cerca de un minuto hasta que el auto arrancó de nuevo y dobló a la izquierda. Eso me ilusionó. ¿Volverán por mi?
Fueron unos instantes de ansiedad, hasta que veo que el auto aparece por la calle transversal.
Al cruzar la calle, el mismo que me habló antes, grita desde el auto:
- ¡Puto, vení!
Veo que el auto se detiene unos metros más adelante. Obviamente me acerqué.
El mismo me dice:
- ¡Puto, tengo ganas de chuparle la concha a tu hermana. ¿Me la entregás?
- No tengo hermana –contesté.
El que estaba atrás era un poco más grande (unos 24) y parecía muy sexy. Me dijo:
- ¿No tenés hermana? Entonces, ¿por qué no me chupás la banana? (mientras se agarraba el bulto y me lo mostraba)
- Ah, eso si –dije
El tercero, el conductor, también tendría unos 24 o 25 años, era robusto, con barba candado y se le veía un pecho bastante peludo entre su camisa abierta casi hasta abajo. Se asoma casi por encima del acompañante y me dice:
- Escuchame puto del orto. Queremos una concha ahora. ¿Qué podés hacer al respecto? Si nos conseguís alguna, te dejamos que nos tires la goma.
El pedido me resultaba imposible de satisfacer, aunque hubiera hecho cualquier cosa para lograrlo. Por suerte, había salido con una tanga. Así que aposté todo a ella.
- No, imposible, no puedo conseguir a nadie ahora. Pero tengo esta colita. – me di vuelta, saqué la colita para afuera y me bajé el jogging. Quedó mi culito entangado apuntando a ellos



El acompañante dijo:
- Uy, ¡qué pedazo de puto, boludo!
El conductor me dice:
- Escuchame invertido. ¿Te va que te enfiestemos los tres?
No lo dudé y contesté:
-Sí.
- Subite entonces –me dice el conductor.
Me subo atrás, al lado del tercero y pregunto:
- ¿A dónde vamos?
El conductor se echa hacia atrás y abre la puerta que yo recién había cerrado y me dice:
- Escuchame bien puto de mierda y la concha de tu madre., No queremos que nos hagas ninguna pregunta. ¿Entendiste? Vos sos trolo, ¿no?
- Sí
. Nosotros somos machos, nos cogemos minas, ¿entendés?
- Sí
- Pero te vamos a enfiestar bien, nos vas a hacer gozar bien. Estás para eso, no para hacer preguntas. Si no te gusta, bajate.
No dije nada y cerré la puerta.
Antes de seguir me dijo algo más:
- Somos tres flacos normales, no nos drogamos, la queremos pasar bien. Él se llama Ernesto (señalando al acompañante), él Mariano (el de atrás) y yo Rodrigo. Tu nombre no nos importa. Vos acá sos el puto. ¿Ok?
- Ok.
Debo decir que en ningún momento sentí desconfianza de ellos, así que decidí dejarme llevar por la situación, que prometía y mucho.
Arrancamos.
Mariano: Che, la verdad que yo probaría a ver si el puto éste la mama bien antes de llevarlo
Ernesto: ¿la chupás bien, puto?
Yo: Sí. Muy bien. No lo dudes.
Rodrigo: según dice, los putos la chupan mejor que las minas, ¿no?
Yo: yo digo que sí, espero que dentro de un rato vos lo digas también.
Rodrigo: ¡ojalá! Mi mujer me raspa cuando la chupa, boludo.
Yo: ¿sos casado?
Rodrigo: no preguntes nada!!!!
Mientras, Mariano me agarra la mano y me la hace pasar por su bulto.
Ernesto: che, puto, ¿cuando dejaste la concha y te dedicaste a la pija?
Yo: nunca toqué una concha, papi.
Rodrigo: uy, ¡cómo me lo voy a coger a este puto!
Mariano: ey, el puto me está tocando el bulto.
Ernesto: ¿Ya?
Mariano: sí. ¿Qué pasa, puto? ¿Querés empezar a mamar ahora?
Yo: si, papi
Mariano: bueno, ocupate vos. ¿Qué querés? ¿Qué me baje los pantalones yo?
Le abrí el jean y le saqué la verga que estaba semi-erecta. Era muy blanquita (como él), mediamente peluda. Empecé a chupar con mucha delicadeza y empeño ya que me estaba jugando la continuidad de la noche. Mariano se echó hacia atrás, se puso las manos en la nuca y parecía disfrutar mucho.
Rodrigo: ¿Y? ¿Qué onda?¿Cómo la chupa?
Mariano: Cómo los dioses, boludo.
La pija de Mariano era más o menos estándar, pero muy linda: 17 x 4. Alzo la vista y veo que Mariano me está mirando. Me quedo mirándolo con su verga en mi boca.
Mariano: ¡qué bien que la mamás! Te gusta la pija, ¿no?
Yo hago un gesto de asentimiento.
Mariano (mientras yo lo miraba fijo): Trolo, chupapija. ¿Sos un puto de mierda?
Yo: si, papi
Mariano: dicen que acá adentro hay un puto que se va a dejar empomar bien. ¿Sabés quién es?
Yo: sí, yo.
Ernesto y Rodrigo largaban risotadas.
Ernesto: le gusta la pija como loco al puto éste.
Mariano: yo ya me echo el primero, boludo.
Mariano me acomodó más de costado para que los de adelante pudieran ver. Me agarró de los pelos y me metió la pija de nuevo en la boca y me la empezó a coger. Yo me quedé inmóvil. Ernesto miraba y Rodrigo se daba vuelta cada tanto mientras manejaba.
Mariano: te voy a llenar la boca de leche, trolo.
Ernesto estaba dado vuelta y me miraba:
Ernesto: ¡Cómo chupás pija, puto de mierda! ¿Te vas a comer así la mía, también?
Con un gesto dije que sí.
Mariano empezó a bombearme la boca con más vigor. De repente, agarró su pija con una mano, la sacó de mi boca yla masturbó.
Mariano: abrí la boca que te largo la leche, puto.
Yo le pasaba la lengua por la cabeza.
De golpe, con un grito brutal, lanzó el lechazo en mi cara y boca. Varios chorros humectaron mi cara.
Luego del último chorro, empecé a mamársela con la intención de no dejar una sola gota adentro.
Mariano me apartó y se echó hacia atrás. Estaba exhausto.
Mariano: qué polvo me hizo echar este puto, la puta madre.
Ernesto: estás todo enlechado, puto. Mostrame la leche que tenés en la boca.
Se la mostré.
Ernesto: tomátela, trolo.
Me la tomé.
Ernesto: sacate esa leche que tenés en la cara y tomala.
Hice lo que me dijo.

Ernesto (a Rodrigo, que miraba en todo momento que podía): le vamos a hacer de todo a este puto.
Mariano (gritando): ¡Qué bien que la chupa este puto!
5 minutos después llegamos a una casa.